DEIA. 3 enero 2021.
En las familias numerosas han hecho malabares para cuidar a sus hijos y trabajar. Mónica se dejó la salud en el intento y, tras ser despedida, ansía un empleo que le permita conciliar. José Antonio tuvo que pedir la baja para atender a su prole.
Me levantaba a las seis, encendía el ordenador y gestionaba el orden del día, preparábamos a los niños, me encerraba a trabajar en la sala, hacía un pedido, mientras comía contestaba a un correo, le daba el pecho al pequeño, luego tocaba la siesta del mediano…». Apenas ha llegado a la media tarde y solo de escucharla uno ya está agotado. «Pasé de hacer dos o tres cosas a la vez a hacer diez», cuenta Mónica Arechavala recordando la frenética espiral en la que se vio inmersa durante el confinamiento. Una prueba de fuego que puso al límite a muchas familias, con el agravante de que la suya es numerosa y sus hijos, con edades comprendidas por aquel entonces entre los 6 meses y los 4 años, no tenían clases on line. Su jornada laboral, en teoría reducida, se extendía a trompicones durante 12 horas. El estrés, la ansiedad y el sentimiento de culpa no tardaron en llegar. Para colmo, la despidieron. «Ha sido un año cañero. El teletrabajo me quitó la salud en el confinamiento y espero que en 2021 me dé la oportunidad de conciliar mi vida profesional y familiar», se muestra esperanzada.
La pandemia ha dado un buen revolcón a la vida de Mónica, pero, consciente de las víctimas que ha dejado, se considera una «privilegiada». «No he perdido a ningún familiar que se haya tenido que despedir solo, hay gente que no tiene para comer… Doy gracias porque estamos bien», reconoce. Lo que no quita para que sufriera, durante el confinamiento, su particular calvario. «Fue muy duro conciliar con tres niños tan pequeños. Quieres sacar tu trabajo, les mandas callar, te crea impotencia y tienes la sensación de que no los estás tratando bien. Hemos estado en unas circunstancias muy extremas…», se emociona. «Y al final nos han superado», remata. De hecho, tuvo que medicarse para poder descansar a las noches.
El tamaño de la casa, de 72 metros cuadrados, se quedó pequeño para tanto caos. «Fue una locura. La de 4 podía estar media hora dibujando, pero el de los terribles 2 nos descolocaba el poder tenerlos entretenidos. Cuando a mi marido se le terminó el permiso de paternidad, él teletrabajaba en la terraza y yo, escondida en mi cuarto. Las casas no estaban preparadas y la nuestra petó», comenta ahora que se acaban de mudar a una vivienda más espaciosa, en Neguri. «La gente me pregunta que qué tal la mudanza y yo les digo: Te cambio diez mudanzas por los 50 días con los niños teletrabajando en un espacio pequeño«, bromea.
Ya en plena desescalada contrataron a unas sobrinas para que se llevaran a los niños a la calle de nueve a una y media. Y, otra vez, el sentimiento de culpa. «Era mayo, pero no dejó de haber tormentas y lluvias de verano y a mí se me caían las lágrimas. Miraba por la ventana y decía: Pobres criaturas, que las tengo que mandar a la calle para sacar cuatro horas centradas en el trabajo«. Aun así, Mónica no desconectaba. «Estaba on line constantemente porque si de repente me entraba a las cinco y media de la tarde algo, decía: Algo que adelanto para el día siguiente«.
«UNA MADRE A TIEMPO COMPLETO»
El titánico esfuerzo de Mónica, sin embargo, no se vio recompensado. Más bien al contrario. «El segundo día que fui a la oficina me dijeron que habían decidido disolver mi contrato porque mi trabajo se podía hacer en remoto desde Barcelona. Has sido productiva, has puesto tu salud y la de tu familia por medio para que luego encima la empresa…», lamenta esta profesional, que llevaba 16 años trabajando en el departamento de aduanas de una compañía de transporte internacional.
Han pasado cinco meses desde que la despidieron. Un tiempo que ha dedicado a recomponerse a sí misma y a su familia. «He ejercido de madre a tiempo completo, el trabajo más importante de mi vida y el más responsable. He podido dedicarme a mis hijos y ellos han estado mejor. Cuando pongo en LinkdIn que soy una full time mumabierta a trabajar recibo mucho apoyo de la gente», cuenta. Ahora solo hace falta que se traduzca en una oferta de empleo que le permita conciliar. «A mí me ha despedido el teletrabajo, pues que el teletrabajo me vuelva a contratar porque se ha visto que funciona y que el que demuestra en la oficina ha demostrado también en su casa», defiende y confía en que en el recién estrenado año «la pandemia remita, la vacuna sea efectiva y recuperemos nuestra vida social».
BAJA POR CUIDADO A DEPENDIENTES
Padre de una niña de 6 años y unos mellizos de 3, José Antonio Trujillo se las vio solo ante el peligro en el primer confinamiento. «Mi mujer es educadora en un centro tutelado del Gobierno vasco, uno de los menores dio positivo y tuvo que hacer allí una cuarentena preventiva de catorce días. Yo me encargué de quedarme en casa con los peques porque no tenían colegio», explica. Para ello, cogió «una baja, que no estaba regulada como tal, por lo que se tuvo que marcar la casilla de cuidado de personas dependientes, que no era lo propio. Y porque la empresa lo entendió y no me puso ningún problema… Había un vacío», señala.
En aquella tesitura echó en falta «un paquete de medidas» para que las familias pudieran hacer frente al confinamiento y a la ausencia de clases. «Podían haber planteado la posibilidad de que uno de los padres se hubiese tenido que quedar con los hijos porque si los mayores eran personas de riesgo, cómo les ibas a mandar a los niños. Entonces no había ni PCR ni manera de comprobar que no eran positivos», subraya.
Aunque la pandemia irrumpió de forma inesperada, este vecino de Basauri considera que las dificultades que iban a sufrir las familias eran más que previsibles. «Hay cosas que te pueden venir de improviso y otras en las que cualquier ciudadano habría pensado, como que no hay colegio y nuestros mayores no se pueden quedar con sus nietos. Había un montón de casos», destaca.
Más allá de los quebraderos de cabeza que ha supuesto compaginar el trabajo con el cuidado de la familia, el confinamiento también le generó a esta padre dudas sobre si perjudicaría al desarrollo de sus hijos. «Yo veía que no se quejaban por no salir y no sabía si eso era bueno o malo. Con niños no sabes hasta qué punto les está afectando y ese era el miedo que teníamos porque al final fueron casi dos meses en casa», expresa sus inquietudes.
De vuelta a las aulas pudieron corroborar alguna de sus sospechas. «Hemos notado, en particular entre compañeros de la clase de la mayor, que también les ha perjudicado este proceso. Les pilla aprendiendo a leer y es casi medio año perdido, que a esa edad es mucho. En los pequeños no ha habido un cambio tan significativo como el que hemos visto en el aula de nuestra hija mayor».
José Antonio, que es operario de producción, ha cambiado de puesto de trabajo en octubre. Pero ni su nueva situación laboral ni otras de las preocupaciones que tienen los ciudadanos le quitan el sueño. «Sufrí un cáncer con 20 años y cambió mi escala de valores, así que todo lo que venga es mejor. Me duele más un encierro que problemas de tipo laboral o económico, que muchas veces te adaptas», dice. Pero por encima de todo, remarca, «prima la salud». «Tienes respeto al coronavirus porque has pasado por un proceso delicado. Igual te vuelve un poco hipocondriaco, pero te quita el peso de que las cosas que igual para otros son superimportantes para ti son superficiales», confiesa. Por ejemplo, las navidades, que «son unas fiestas que no pasa nada por no celebrarlas».
«HAY MUCHAS DEFICIENCIAS»
Con todo el bagaje de pandemia que llevamos a cuestas, José Antonio reconoce que la situación, en general, «ha mejorado», pero cree que todavía hay «muchas deficiencias». «Por ejemplo, yo veo muchísimo control en algunos ámbitos, pero nunca he visto a nadie que vaya regulando si se usa la mascarilla o no en las empresas. Osalan tendría que tomar cartas en el asunto, hacer inspecciones y verificar cómo se está llevando el protocolo del covid, sobre todo en empresas grandes, más que nada por el número exponencial de casos que pueda haber», advierte. A José Antonio le parece «perfecto que tengamos a la Ertzaintza o a los municipales en las calles controlando el aforo de bares», pero echa en falta «que alguien hubiese regulado el aforo en los vagones de metro o en el trabajo. Es algo que veo día a día que la gente no cumple, pero no veo a nadie para solventarlo», denuncia.