EL CORREO. 12 abril 2020.
Los niños cumplen un mes sin pisar la calle, y los expertos alertan de la huella física y emocional que les puede provocar el largo encierro.
Los niños cumplen un mes recluidos en casa, sin pisar la calle –ellos no pueden salir a comprar el pan, al súper o a la farmacia– y, con toda probabilidad, les quedan por delante varias semanas más. Pasan sus largas jornadas cargados de deberes, sin poder hacer ejercicio o disfrutar del necesario juego con amigos y, los que residen en viviendas pequeñas e interiores, sin ni siquiera ver la luz del sol o contar con espacio suficiente para moverse. Los expertos alertan de las consecuencias físicas y psicológicas del encierro para los más pequeños y la tensión que soportan las familias a medida que pasan los días.
«Necesitan respirar aire fresco y que les dé la luz de sol por su salud física y mental», advierte la psicóloga e investigadora Heike Freire, que lidera un movimiento para alertar de la huella que puede dejar en los pequeños este periodo de confinamiento. «La luz natural, la vitamina D del sol son imprescindibles para los huesos, el desarrollo motor, el cerebro… El sistema nervioso madura a través del movimiento. Para ellos es vital salir al aire libre», defiende. Detalla que el encierro está provocando en los menores problemas emocionales, «tensión, mal comportamiento, estrés, mal humor… a lo que hay que sumar unos padres angustiados por la situación que viven. Algunos hogares con niños son ya una olla exprés».
Freire sostiene que los niños son uno de los colectivos más perjudicados por las medidas de confinamiento para evitar que la epidemia se expanda. «Se ha ignorado a la infancia. No solo están recluidos en sus casas, sino que sus necesidades y derechos han desaparecido del debate público en torno a esta crisis. Es como si no existieran», argumenta la psicóloga, que ha presentado una petición al Ministerio de Sanidad a través de la plataforma change.org para que puedan empezar a salir a la calle bajo control.
Sedentarismo
Esta investigadora, junto con un grupo de expertos en pedagogía entre los que figura la presidenta del Consejo Escolar de Euskadi, Neli Zaitegi –vinculados al movimiento Ciudades Educadoras– elaboraron un documento que enviaron a ayuntamientos vascos en el que alertan de los riesgos de esta larga reclusión y piden medidas de apoyo para los más pequeños. «Los menores tienen necesidades fisiológicas imperiosas como el contacto humano, el movimiento, el juego espontáneo que son fundamentales para su salud, su desarrollo y su bienestar», indican en su carta. «El confinamiento en las casas hace que los niños sufran una fatiga continua que suele estallar en forma de malhumor, gritos, peleas y otras conductas indeseadas», resaltan.
Al encierro se le suma el cambio drástico que supone abandonar las aulas y estudiar desde casa, continuamente conectados a dispositivos. «Los espacios cerrados, el sedentarismo, las tareas escolares y el exceso de pantallas exigen a los niños largas horas de concentración que no pueden sostener y les provocan inquietud y tensión», resaltan estos especialistas en su petición.
La responsable de las asociaciones de padres de alumnos de la red concertada vasca, Miriam González, incide también en que este final de curso ha sumado estrés a los escolares y sus familias, abrumadas ya por la grave crisis sanitaria. «Los niños no pueden salir a la calle por ninguna circunstancia. Después de tantos días de confinamiento y en continua convivencia con las familias, que están asustadas por lo que pasa y tienen un gran incertidumbre tanto por la salud como por su situación laboral, los chavales perciben esa tensión». En ese escenario, «les cuesta concentrarse en sus tareas. En ciertos momentos lo que necesitan es cariño y apoyo más que tensiones escolares de si van a finalizar el curso o cómo serán los exámenes».
Apoyo psicológico
La responsable del Consejo Escolar asegura que lo «más preocupante» es la situación de los menores de entornos desfavorecidos que residen en infraviviendas, «sin oportunidad de ver la luz del sol y con padres angustiados por el paro y las dificultades económicas». «Con la prolongación del confinamiento, es necesario encontrar medios para que los niños que, por sus circunstancias concretas lo necesiten, puedan salir de casa de una forma controlada», comenta Neli Zaitegi.
Una reciente encuesta de la ONG Save The Children entre las familias sin recursos a las que presta apoyo en Euskadi revela que siete de cada diez menores «sufren alteraciones en su estado de ánimo» y la mitad de ellos «se ven afectados negativamente y sienten nerviosismo por no poder salir de casa, miedo y preocupación por el bienestar de sus familiares». La ONG ha constatado también el «escaso o nulo ejercicio físico que los niños están realizando con consecuencias negativas para el desarrollo de su aparato locomotor». Concretamente el 83% de las familias no están realizando actividad física alguna. La organización ha pedido apoyos para los menores durante su confinamiento en casa, como un servicio de atención psicológica con el fin de «garantizar su bienestar y que sufran lo menos posible», y «ayudas» económicas para que las familias puedan atender correctamente a los menores.
El Gobierno y algunos políticos han comenzado a hacer referencia a la situación de los niños recluidos en sus casas en sus últimas intervenciones públicas. El ministro de Sanidad, Salvador Illa, que hace unos días anunció que se iban a flexibilizar las condiciones del confinamiento de los menores, aclaró el pasado viernes que aún «no es el momento» de dejarles salir a la calle. «Somos conscientes del esfuerzo de los menores, pero el Gobierno va a seguir actuando con la máxima cautela y precaución en relación al confinamiento de los niños por la crisis sanitaria», explicó Illa. «Cuando sea posible, se hará», zanjó.
Caballé Castelló – Familia numerosa
La familia Caballé Castelló da gracias cada día por haberse mudado a una casa con jardín en la capital alavesa el pasado verano. «Pasar el confinamiento en el piso anterior con los cuatro niños habría sido mucho más difícil. No han salido desde el 9 de marzo», explica Oriol, su padre. Los primeros días contaron con la ayuda de una niñera para cuidar de Clara, Lucía, Nicolás y Lucas, pero pronto el dentista donde trabaja Pilar cerró de forma temporal y decidieron prescindir de ella.
Clara celebró su duodécimo cumpleaños confinada y este Viernes Santo fue el turno de Oriol, que cumplió 40 años. «Nos preguntan cuándo va a terminar esto y van contando los días, pero al menos pudo ver a toda su familia a través de Zoom», apunta Oriol, quien reconoce que no sabe cómo afectará el encierro a sus pequeños. «Aunque parecen estar llevándolo bien a veces los niños no muestran lo que sienten».
Tareas escolares
Lucas, de dos años y medio, todavía no hace deberes, pero Pilar junta a todos los hermanos en la mesa del comedor para atender a la vez sus dudas con los tareas escolares. «Clara y Lucía son muy responsables, se levantan a las 8.30 y se ponen con los deberes. Paran de vez en cuando, pero pueden estar hasta las seis de la tarde», explica Oriol. Más que un exceso de deberes les parece que en casa hay demasiada tecnología. «Que si vídeos para bailar, de manualidades, el reto de la harina… a veces pienso que no estaría mal que hubiera un apagón», sonríe Oriol.
Lejos de despertar conflictos entre hermanos, el encierro parece haber hecho que valoren más a la familia. «El otro día Clara nos dijo que no parábamos en casa y se ofreció a lavar los platos. Cuida de su hermano y está más responsable que antes, cuando ya empezaba a comportarse más como una preadolescente», señalan sus padres.
Familia Nuño Carcedo. Claudia, 8 años
Carlos Nuño está convencido de que las nuevas tecnologías hacen soportable el encierro para los niños. Su hija Claudia, de 8 años, echa mucho de menos «jugar con sus amigas» pero habla con ellas y las ve todos los días a través de la videocámara. «Se pasa horas, no damos abasto a cargar el móvil», cuenta Carlos. También a diario llama a sus dos amamas, que están solas en sus casas porque los dos aitites están hospitalizados con coronavirus.
«Ha asimilado que debe quedarse en casa porque en la calle hay una enfermedad y lo acepta. Además, ve que el resto de niños están en la misma situación», explica el padre. Cuando hace sol les pide salir a comer al balcón de su casa del barrio bilbaíno de Miribilla.
Carlos y su mujer, Ingrid, trabajan en casa y se han organizado para atender a su hija. Las tareas escolares, además, ayudan a llenar una buena parte de las largas jornadas que pasa sin jugar con otros niños. «Por la mañana hace los deberes que le mandan los profesores por mail. Dedica más de tres horas a las tareas del colegio. Tenemos la suerte de que se entretiene jugando sola y bailando, le encanta bailar», añade.
Los más pequeños han conectado con fuerza con las acciones solidarias. «Ella sale todos los días alas ocho, la hora de los aplausos, con un silbato para hacer más ruido», comenta el aita. «Sí, lo hacemos por los médicos que cuidan a las personas enfermas en los hospitales», se le oye decir con dulzura junto a su padre que habla por teléfono para el periódico. Claudia también ha hecho varios dibujos de arcoíris que coloca en las ventanas para pedir a la gente que no salga de casa. Eso sí procuran que la pequeña no escuche informaciones sobre la pandemia. «Sobre todo porque sabe que sus dos aitites están enfermos», comentan sus padres.
Fiestas y concursos
Ingrid y Carlos están volcados en hacer lo más llevadero posible el encierro a su hija. Los fines de semana organizan concursos de disfraces, de bailes, de tortillas… conectados a distancia con sus familiares. «Ella es la que nos anima a hacer actividades», resaltan sus aitas.
Su cumpleaños fue la pasada semana y le hicieron una fiesta sorpresa online. «Llenamos la sala de globos y preparamos unas chuches. Nos conectamos por skype con cuatro amigas y cuando entró en la sala le cantamos cumpleaños feliz. Estuvimos merendado un rato con sus compañeras a distancia y lo pasó muy bien. Por la noche repetimos la fiesta con la familia». Carlos comenta que este cumpleaños su pequeña no lo va a olvidar en la vida y «nosotros tampoco».
Familia Romero Gordillo – Dos hijos
Viven en una zona en la que contemplan muy de cerca el drama de esta pandemia. Alberto Romero y Elisabeth Gordillo y sus dos hijos, de 14 y 10 años, residen en un edificio que comparte patio con la residencia de ancianos de Aperribay. «Vemos llegar y salir ambulancias y coches fúnebres. A los chavales les impresiona. Nos dicen ‘pobres viejitos’ y se preguntan qué les estará pasando, porque antes les veían salir del centro para pasar un rato al sol», cuenta Alberto.
Sus hijos, Alba y Alberto, como la mayoría de los chavales de su edad, pasan una buena parte de su tiempo de confinamiento con el ordenador, el móvil, la televisión o la play station. Sus padres reconocen que estos días son más «permisivos» con el uso de los dispositivos porque bastante sacrificio supone ya el encierro para ellos.
Sus hijos «no son muy caseros» y les gusta hacer deporte así que están «bastante hartos de la vida contemplativa». Estos días de fiesta la reclusión en casa les resulta más cuesta arriba porque tenían previsto un viaje a Las Landas, «y les gusta mucho ir allí».
Los dos hermanos están deseando salir de casa para encontrarse con sus amigos, aunque hablan con ellos a diario. Y echan en falta hacer deporte. Alba, de 14 años, practica la natación cuatro o cinco días por semana y compite en el equipo de Galdakao. «Todos los días hace ejercicio físico por videollamada con su equipo, pero está deseando volver a la piscina», explica el aita.
El más pequeño, Alberto, de 10 años, juega al fútbol. «Se sube por las paredes ya». El otro día le pusimos una portería plegable y estuvo pegando balonazos», relata Alberto. La convivencia 24 horas al día encerrados en casa también pasa factura de vez en cuando. «Hay momentos de tensión, alguna pelea entre hermanos pero es normal, son muchos días ya de encierro…».